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James Thurber (Estados Unidos, 1894-1961) |
James
Thurber:
Escritor y dibujante humorístico estadounidense. Después de un período de
aprendizaje como redactor en un periódico de Columbus, en 1927 empezó a
colaborar con The New Yorker, el diario de H. Ross donde aparecieron sus
dibujos más famosos y sus mejores artículos.
Comparado con Mark Twain, Thurber ha sido
considerado con razón uno de los mayores escritores humorísticos
estadounidenses: en sus obras conviven el patrimonio tradicional
"midwestern" y los estímulos del nuevo cosmopolitismo cultural.
LA
ÚLTIMA FLOR
La duodécima guerra mundial, como todo el
mundo sabe, trajo el hundimiento de la civilización. Pueblos, ciudades y
capitales desaparecieron de la faz de la tierra. Hombres, mujeres y niños
quedaron situados debajo de las especies más ínfimas. Libros, pinturas y música
desaparecieron, y las personas sólo sabían sentarse, inactivos, en círculos.
Pasaron años y más años. Los chicos y las
chicas crecieron mirándose estúpidamente extrañados: el amor había huido de la
tierra. Un día, una chica que no había visto nunca una flor, se encontró con la
última flor que nacía en este mundo. Y corrió a decir a las gentes que se moría
la última flor. Sólo un chico le hizo caso, un chico al que encontró por
casualidad.
El chico y la chica se encargaron, los dos,
de cuidar la flor. Y la flor comenzó a revivir. Un día una abeja vino a visitar
a la flor. Después vino un colibrí.
Pronto fueron dos flores; después cuatro… y
después muchas, muchas. Los bosques y selvas reverdecieron. Y la chica comenzó
a preocuparse de su figura y el chico descubrió que le gustaba acariciarla. El
amor había vuelto al mundo.
Sus hijos fueron creciendo sanos y fuertes y
aprendieron a reír y a correr.
Poniendo piedra sobre piedra, el chico
descubrió que podrían hacer un refugio. Muy deprisa toda la gente se puso a
hacer casas. Pueblos, ciudades y capitales surgieron en la tierra. De nuevo los
cantos volvieron a extenderse por todo el mundo.
Se volvieron a ver trovadores y juglares,
sastres y zapateros, pintores y poetas, soldados, lugartenientes y capitanes,
generales, mariscales y libertadores. La gente escogía vivir aquí o allí.
Pero entonces, los que vivían en los valles
se lamentaban por no haber elegido las montañas. Y a los que habían escogido
las montañas, les apenaba no vivir en los valles…
Invocando a Dios, los libertadores enardecían
ese descontento. Y enseguida el mundo estuvo nuevamente en guerra. Esta vez la
destrucción fue tan completa que nada sobrevivió en el mundo.
Sólo quedó un hombre… una mujer… y una flor
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