Ana María Matutte (España: Barcelona, 1926) |
Ana María Matute Ausejo: Escritora española,
creó su primer relato, ilustrado por ella misma, a los cinco años, tras haber
estado a punto de morir por una infección de riñón. A los ocho años volvió a
padecer otra enfermedad grave y la enviaron con sus abuelos.
Su padre poseía una fábrica de paraguas, pero
al estallar la guerra civil la vida de la familia quedó modificada. Su primera
novela, Pequeño teatro, la escribió a los diecisiete años.
Su obra resulta así ser una rara combinación
de denuncia social y de mensaje poético, ambientada con frecuencia en el
universo de la infancia y la adolescencia de la España de la posguerra.
LOS RELOJES
Dalí: En busca del tiempo |
Me avergüenza confesar que hasta hace muy
poco no he comprendido el reloj. No me refiero a su engranaje interior –ni la
radio, ni el teléfono, ni los discos de gramófono los comprendo aún: para mí
son magia pura por más que me los expliquen innumerables veces–, sino a la
cifra resultante de la posición de sus agujas. Éstas han sido para mí uno de
los mayores y más fascinantes misterios, y aún me atrevo a decir que lo son en
muchas ocasiones. Si me preguntan de improviso qué hora es y debo mirar un
reloj rápidamente, creo que en muy contadas ocasiones responderé con acierto.
Sin embargo, si algo deseo de verdad, es tener un reloj. Nunca en mi vida lo he
tenido. De niña, nunca lo pedí, porque siempre lo consideré algo fuera de mi
alcance, más allá de mi comprensión y de mi ciencia. Me gustaban, eso sí.
Recuerdo un reloj alto, de carillón, que daba las horas lentamente, precedidas
de una tonada popular:
Ya se van los pastores a la Extremadura.
Ya se queda la sierra triste v oscura...
También me gustaba un reloj de sol, pintado
en la fachada de una iglesia, en el campo. Este reloj me parecía algo tan
cabalístico y extraño que, a veces, tumbada bajo los chopos, junto al río,
pasaba horas mirando cómo la sombra de la barrita de hierro indicaba el paso
del tiempo. Esto me angustiaba y me hundía, a la vez, en una infinita pereza.
Como me inquieta y me atrae el tictac sonando en la oscuridad y el silencio, si
me despierto a medianoche. Es algo misterioso y enervante. Durante la
enfermedad, si es larga y debemos permanecer acostados, la compañía del reloj
es una de las cosas imprescindibles y a un tiempo aborrecidas. Me gustan los
relojes, me fascinan, pero creo que los odio. A veces, la sombra de los muebles
contra la pared se convierte en un reloj enorme, que nos indica el paso
inevitable. Y acaso, nosotros mismos, ¿no somos un gran reloj implacable,
venciendo nuestro tiempo cantado?
Deseo tener un reloj. Muchas veces he pensado
que me es necesario.
No sé si llegaré a comprármelo algún día. ¿Lo
necesito de verdad? ¿Lo entenderé acaso?
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