Liev N. Tolstoi (Rusia, 1828-1910) |
Liev N. Tolstói: fue un novelista ruso
ampliamente considerado como uno de los más grandes escritores de occidente y
de la literatura mundial. Sus más
famosas obras son “Guerra y Paz” y “Ana Karenina”, y son tenidas como la
cúspide del realismo. Sus ideas sobre la «no violencia activa», expresadas en
libros como El reino de Dios está en vosotros
LA MIMBRERA
Salix fragilis o Mimbrera |
Durante la Semana Santa, un mujik fue a ver
si la tierra ya se había deshelado.
Se dirigió al huerto y tanteó la tierra con
un palo. La tierra ya se había ablandado. El mujik fue al bosque. Allí, las
yemas de las mimbreras ya se habían hinchado. Y el mujik pensó: “Plantaré
mimbreras alrededor del huerto y cuando crezcan lo protegerán del viento”.
Cogió un hacha, abatió diez arbustos, aguzó el extremo más grueso y los plantó
en la tierra.
Todas las mimbreras echaron brotes con hojas
por encima de la superficie; también bajo tierra salieron brotes, que hacían
las veces de raíces; algunos prendieron; otros no se aferraron bien con sus
raíces; perdieron vigor y cayeron.
Cuando llegó el otoño, el mujik contempló
alborozado sus mimbreras: seis habían prendido. A la primavera siguiente las
ovejas royeron la corteza de cuatro y sólo quedaron dos. A la primavera
siguiente las ovejas royeron también esas dos. Una no salió adelante, pero la
otra resistió, echó fuertes raíces y se convirtió en un árbol. En primavera las
abejas zumbaban ruidosamente sobre la mimbrera. En las hendiduras solían
formarse enjambres, de los que se aprovechaban los mujiks. Las campesinas y los
mujiks comían y dormían a menudo bajo esa mimbrera; los niños, en cambio, se
subían a su tronco y arrancaban las ramas.
El mujik que plantó la mimbrera llevaba ya
mucho tiempo muerto, pero ésta seguía creciendo. El hijo mayor cortó dos veces
sus ramas para quemarlas en la estufa. Pero la mimbrera seguía creciendo. Le
cortaban todas las ramas para hacer bastones, pero cada primavera echaba nuevos
brotes, más delgados que antes, pero dos veces más numerosos, semejantes a las
crines de un potro.
El hijo mayor había dejado ya de trabajar y
la aldea había cambiado de lugar, pero la mimbrera seguía creciendo en campo
abierto. Unos mujiks forasteros pasaron por allí y cortaron muchas ramas, pero
ella seguía creciendo. Un rayo la alcanzó, pero también esta vez salió
adelante, gracias a las ramas laterales, y siguió creciendo y floreciendo. Un
mujik quiso abatirla para hacer un abrevadero, pero al final cambió de idea
pues por dentro estaba bastante podrida. La mimbrera se venció de un lado y
sólo una parte se mantenía en pie, pero seguía creciendo y cada año las abejas
venían a recoger el polen de sus flores.
Un día de principios de primavera, unos niños
que estaban guardando los caballos se reunieron bajo su copa. De pronto les
pareció que hacía frío y se pusieron a encender un fuego; recogieron rastrojos,
ajenjo, ramas secas. Uno se subió a la mimbrera y cortó algunas ramas. Lo
colocaron todo en el hueco del árbol y prendieron fuego. La madera de la
mimbrera chisporroteaba, su linfa hervía; todo se cubrió de humo, y el fuego
empezó a extenderse por el tronco; el interior de la mimbrera se volvió negro.
Los brotes jóvenes se arrugaron, las flores se marchitaron. Los niños llevaron
a casa los caballos. La mimbrera quemada de arriba abajo, se quedó sola en el
campo. Un cuervo negro llegó volando, se posó en ella y graznó: “¡Bueno, viejo
atizador, la has dañado! ¡Ya iba siendo hora!”
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