Varlam Shalámov (Rusia 1907-1982) |
Varlam Tíjonovich Shalámov nació en Vologda el 18 de junio de 1907, en el seno de una numerosa familia formada
por una maestra y un cura ortodoxo. Fue un escritor, periodista y poeta ruso, de
orientación trotskista arrestado y condenado por manifestarse contra Stalin en 1929.
Después de casado volvería a prisión, acusado de
llevar a cabo actividades contrarrevolucionarias, y sería condenado a cinco
años de trabajos forzosos en Kolymá.
La libertad la recuperó en 1951 y, a partir de ese
entonces, se dedicó a escribir poesía y a volcar en un libro titulado “Relatos de Kolimá” sobre su dura
experiencia en el campo de trabajo de esa región. Muere en Moscú el 17
de enero de 1982.
El pan ajeno
Aquel era un pan ajeno, el pan de mi compañero.
Éste confiaba sólo en mí. Al compañero lo pasaron a trabajar al turno de día y
el pan se quedó conmigo en un pequeño cofre ruso de madera. Ahora ya no se
hacen cofres así, en cambio en los años veinte las muchachas presumían con
ellos, con aquellos maletines deportivos, de piel de “cocodrilo” artificial. En
el cofre guardaba el pan, una ración de pan. Si sacudía la caja, el pan se
removía en el interior. El baulillo se encontraba bajo mi cabeza. No pude
dormir mucho. El hombre hambriento duerme mal. Pero yo no dormía justamente
porque tenía el pan en mi cabeza, un pan ajeno, el pan de mi compañero.
Me senté
sobre la litera… Tuve la impresión de que todos me miraban, que todos sabían lo
que me proponía hacer. Pero el encargado de Día se afanaba junto a la ventana
poniendo un parche sobre algo. Otro hombre, de cuyo apellido no me acordaba y
que trabajaba como yo en el turno de noche, en aquel momento se acostaba en una
litera que no era la suya, en el centro del barracón, con los pies dirigidos
hacia la cálida estufa de hierro. Aquel calor no llegaba hasta mí. El hombre se
acostaba de espaldas, cara arriba. Me acerqué a él, tenía los ojos cerrados.
Miré hacia las literas superiores; allí en un rincón del barracón, alguien
dormía o permanecía acostado cubierto por un montón de harapos. Me acosté de
nuevo en mi lugar con la firme decisión de dormirme.
Conté hasta
mil y me levanté de nuevo. Abrí el baúl y extraje el pan. Era una ración, una
barra de trescientos gramos, fría como un pedazo de madera. Me lo acerqué en
secreto a la nariz y mi olfato percibió casi imperceptible olor a pan. Di
vuelta a la caja y dejé caer sobre mi palma unas cuantas migas. Lamí la mano
con la lengua, y la boca se me llenó al instante de saliva, las migas se
fundieron. Dejé de dudar. Pellizqué tres trocitos de pan, pequeños como la uña
del meñique, coloqué el pan en el baúl y me acosté. Deshacía y chupaba aquellas
migas de pan.
Y me dormí, orgulloso de no haberle robado el pan a
mi compañero.
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